Ahogarse en la orilla o bañarse en la playa
Arranca el tramo decisivo de la temporada para un Barça que, después de tantos años empeñado en ser el Madrid, ha recuperado el gusto por disfrutar del camino


En los pueblos de mar conocemos una verdad fundamental que el resto del mundo parece ignorar: ahogarse en la orilla, casi viendo luz en la puerta de casa, es una posibilidad tan cierta como morir en Terranova o en el Gran Sol. La fatalidad no entiende de distancias y su sentido del humor, negro como la noche más oscura, acostumbra a cobrarse las vidas de quienes no hicieron mayor intento por merecerlo que llegar hasta el final: nada hay más humano que perder con la mesa puesta.
Arranca el tramo decisivo de la temporada para un Barça que, después de tantos años empeñado en ser el Madrid, ha recuperado el gusto por disfrutar del camino. Lo ha hecho bien el equipo de Flick. Se ha meneado arriba y abajo como esas parejas jóvenes que se apuntan a bailes de salón para matar las tardes de los lunes y terminan quedándose la academia en propiedad, a menudo despertando envidias en otras parejas más veteranas, con los tobillos más golpeados y la sonrisa más ajada. Ha sido un equipo enérgico, brillante, irregular en algunas fases de la temporada por su propia condición juvenil, pero lo suficientemente estable para plantarse a unos pocos partidos de la gloria absoluta con sus posibilidades intactas.
Es la recta final del calendario, esa primavera que algunos relacionan con la victoria y otros con lo que pueden, la de los campos ruidosos y la ley del último esfuerzo. Ante el Mallorca, última piedra de toque antes de la primera gran final, aprovechó Flick para sumar dos nuevos grumetes a una tripulación que no se cansa de remar, pues nunca se sabe. Hay algo elegante y armónico en este equipo que muy pocas veces pierde el rumbo a pesar de las rotaciones, las excepciones, las malas caras de algunos y hasta los envidos del entrenador, incapaz de despreciar el esfuerzo y atento siempre a la dirección de los vientos. Con varios titulares descansando y un día más para preparar el partido, lo que es casi una obligación para el Barça es salir de Sevilla vacío de excusas, en especial si no acompaña el resultado. Todo lo que vendrá después necesitará de los mismos esfuerzos o más, ya habrá tiempo para la melancolía.
Es un momento terrorífico para los futbolistas, el sueño por el que han luchado desde niños: jugar para ganar, pero ante la posibilidad de perder. No tocar los metales sería considerado un fracaso por gran parte de público y crítica, sobre todo en estos tiempos extraños de sumas y restas, de glorias al peso y resúmenes gruesos. Dirán algunos que el Barça no puede permitirse temporadas brillantes sin recompensa. O, peor todavía, sin recompensas, pues hay algo en el plural que entretiene a los más puntillosos. Y, sin embargo, ahí está la conexión de este equipo con unas raíces que parecían olvidadas, la ilusión de una hinchada a la que, hará más o menos un año natural, el entrenador de turno le confesaba que con este equipo no se podía competir.
Saber a dónde vas y de dónde vienes suele ser el camino más rápido hacia el éxito, sobre todo cuando las urgencias aparecen difuminadas tras las ilusiones futuras. Ocurra lo ocurra en este final de temporada, el Barça seguirá contando con los mismos argumentos para el próximo curso, incluso más. No ganar resultaría tan doloroso como esas rupturas amorosas de la adolescencia, pero la vida no termina, casi nunca, a los quince años, y este Barça es el tipo de equipo que, donde otros mueren, él descubre una bonita playa.
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